Este año cambiará el equilibrio de poder tanto en la política nacional como en la mayoría de las provincias. Los argentinos concurriremos masivamente a las urnas y de nuestro voto surgirá el nuevo liderazgo que tendrá la enorme responsabilidad de administrar un país que anhela que la agenda de gobierno por fin esté alineada con las demandas de los ciudadanos, en vez de estar restringida a los miedos, las obsesiones y los caprichos del poder.
Este eventual cambio tendrá lugar en un contexto internacional donde también se observan reacomodamientos no menores. Más aún, los márgenes de maniobra, es decir, el conjunto de opciones que se habrán de configurar para el nuevo elenco gobernante quedarán sin dudas determinados por el resultado de esos complejos procesos de transformación que involucra a sensibles cuestiones de orden estratégico.
Es tal la importancia y la complejidad de esos cambios que probablemente muchos de los interrogantes claves sigan sin respuestas contundentes a lo largo del 2015. Pero algunos datos serán fundamentales en sí mismos y sobre todo para comprender también de qué manera habrán de afectar las oportunidades y amenazas que tendrá la Argentina. Puesto que, como no podría ser de otra manera, luego de una larga década de políticas fuertemente intervencionistas y proteccionistas, que degeneraron en un inédito autoaislamiento de la economía global, es más profunda que nunca la dependencia de la Argentina respecto del ciclo económico internacional, incluyendo obviamente los circuitos financieros.
En efecto, la utópica experiencia de desarrollo autárquico, fundada en el supuesto desendeudamiento y la aclamada reindustrialización se ha estancado hace años y precipitó una prolongada estanflación, un déficit fiscal récord y un festival de bonos (mecanismo que le permite también al Tesoro apropiarse de los escasos dólares del Banco Central; esto expresa la imposibilidad de expropiar a los ahorristas, como ocurrió tantas veces en la Argentina, puesto que los dólares de las familias y las empresas están fuera del sistema financiero formal local).
En esa utopía, el Estado debe ocupar el centro de la escena como clave en la toma de decisiones económicas, públicas y privadas. El supuesto es que como el mercado se equivoca demasiado y esos errores deben ser financiados por el sector público, mejor desplazar a las empresas e individuos de las decisiones claves de ahorro e inversión e imponer los principios de un idealizado “proyecto nacional”, cuyos fundamentos teóricos y empíricos resultan tan imprecisos como anacrónicos.
Sin embargo, lejos de los deseos y de los fundamentos ideológicos del kirchnerismo, en realidad finaliza este ciclo político con un aparato estatal que es generalmente parte del problema y muy ocasionalmente parte de la solución de la agenda ciudadana. En efecto, se trata del Estado más grande, ineficiente y corrupto de la historia argentina, que asfixia a la sociedad mediante múltiples regulaciones y controles que han esclerotizado los mecanismos fundamentales que promueven el crecimiento, la propensión al riesgo y la capacidad de innovación.
En particular, la infraestructura física existente es absoluta y peligrosamente precaria, como pone de manifiesto las crisis energética y de las comunicaciones, así como las obvias falencias de los sistemas de salud y de educación. No alcanza con alarmarse por la imposibilidad de tratar en Río Gallegos con la tecnología apropiada el tobillo roto de la Presidenta: pensemos en las mentes mal o poco desarrolladas de nuestros chicos desnutridos y mal educados a lo largo y a lo ancho del país. Vayan o no a la escuela, reciban o no algún tipo de ayuda o subsidio por parte del Estado. La diferencia es horrorosamente marginal.
Para el resquebrajado credo oficialista, el control casi absoluto de la economía por parte del Estado garantizaría una serie inacabada de noticias placenteras: crecimiento del empleo, recuperación del salario real, inclusión social, etc. Ese encadenamiento de buenas intenciones ha finalmente resultado una mera sucesión de espejismos efímeros. En efecto, lo único que viene haciendo el gobierno hace ya una década es impulsar el consumo mediante el incremento permanente del gasto público, que a su vez generó inflación. Es tan profunda la confusión conceptual del oficialismo, que terminó el 2014 festejando que la inflación oficial anual fue de “sólo” 24% y que la brecha cambiaria (que por otro lado niega, por que como todos sabemos, el cepo no existe), es de “sólo” el 60% respecto del dólar oficial.
Estos desatinos no son del todo novedosos – la historia del populismo en la Argentina, América Latina y el resto del mundo ya nos había alertado, en forma repetitiva, acerca de las consecuencias de los desmanejos monetarios, fiscales y administrativos, en un marco de erosión institucional, clientelismo y corrupción. Pero hasta comienzos de este siglo, los ciclos populistas casi siempre estuvieron caracterizados por un entorno económico internacional muy singular: coyunturas relativamente beneficiosas respecto de los términos del intercambio que, más temprano que tarde, terminaban en crisis de balanza de pagos, devaluaciones, recesiones, caídas del salario real y, a menudo, colapsos de los gobiernos que habían impulsado esas políticas. En otras palabras, duraban mucho menos los ciclos económicos expansivos basados en circunstancias puntuales de buenos precios de los bienes primarios de exportación. En esos contextos de tanta inestabilidad económica y también política, resultaba imposible disimular por demasiado tiempo los desequilibrios naturales motivados por las estrategias facilistas del crecimiento acelerado impulsado por el gasto público.
Pues bien, la gran novedad de los últimos meses es que pareciera haber cambiado de forma muy contundente el ciclo económico internacional, con una caída muy significativa de los precios de los bienes primarios, sobre todo de la energía. Esto ocurre en un contexto en el que aún no se han dado correcciones significativas por parte de las Reserva Federal de los Estados Unidos. Vale decir, a pesar de que todavía no se encareció el costo de financiamiento, se observa una caída pronunciada de los precios de los productos que exportan los países emergentes, incluyendo ciertamente a la Argentina. Por el contrario, la FED tiene fuertes restricciones para desatenderse del todavía frágil sistema financiero norteamericano, a pesar de la robusta recuperación del crecimiento que sugieren las estadísticas más recientes. Por su parte, tanto el Banco Central Europeo como el Banco de Japón se encuentran implementando medidas similares a las aplicadas por la FED para salir de la crisis financiera y recuperar el crecimiento. Pareciera, entonces, que puede profundizarse el refortalecimiento del dólar, pero en un contexto en el que el costo del financiamiento quedaría en niveles relativamente bajos: estamos frente a un ciclo de corrección en el valor de las principales monedas del mundo, o como lo definen los especialistas, una ola de devaluaciones competitivas.
¿Cuál será el resultado de este proceso? ¿Cómo impactará en el crecimiento global y, sobre todo, en las economías de los países emergentes, que en los últimos años se habían convertido en el motor principal de la economía mundial? ¿Qué ocurrirá con el precio de los bienes primarios? ¿Entramos entonces en un ciclo de corrección de precios relativos, o se trata simplemente de un “descanso” dentro de un ciclo de largo plazo caracterizado por un incremento en la demanda de los bienes primarios dada la masiva incorporación a la clase media de cientos de millones de asiáticos, sobre todo en China e India?
¿Qué consecuencias geopolíticas tendrán estas modificaciones en la economía política internacional? Es decir, ¿cómo influirá esta dinámica tan singular como apasionante en los múltiples conflictos que definen el mapa de tensiones y amenazas globales, sobre todo en Asia, Medio Oriente y el Este de Europa?
Finalmente, ¿cuál será el impacto que tendrá este nuevo escenario internacional en países que siguen teniendo fuerte dependencia de los ingresos provenientes de las exportaciones de bienes primarios, y que ya arrastraban numerosos desequilibrios macro y microeconómicos? En esa lista están Brasil, Rusia y Venezuela, los principales aliados estratégicos, junto con China, de la Argentina. Y en esa lista sobresale naturalmente la Argentina. Que a pesar de los cambios declamados, sigue arrastrando los problemas de siempre: está cada día más parecida a sí misma.